miércoles, 27 de octubre de 2010

Homenaje a Iván Cortéz Cruz


El estimado vecino Alejo Hernández, directo conocedor de los vínculos de afecto que me unen a Iván, me ha pedido que en este solemne y emotivo momento, realice un esbozo de su riquísima personalidad.

Con el tino de la brevedad, enfrento la misión que me honra y conmueve, leyendo las palabras, según el protocolo funerario lo sugiere.

Carezco de títulos para cumplir el mandato, salvo el que emana de la generosidad de Iván, que hace ya mucho tiempo tuvo la inmensa bondad de hacerme partícipe de sus múltiples inquietudes filosóficas, culturales, artísticas, políticas y deportivas.

Tengo muy claro que mi intento no puede pretender amagar la elocuencia y sentimiento con que Iván, dotado de un verbo magnífico, llenaba los espacios para entregar sus inolvidables mensajes, como ese último que le oí, cuando despidió a mi primo Carlos Romero, presidente del querido Club Comercio, al igual que él.

Al margen de su brillante gestión en la dirigencia deportiva, recuerdo que en una ocasión jugamos un partido de fútbol con la camiseta roja y blanca. Por supuesto, no en el equipo estelar, en el que brillaba el diestro y elegante Tito Muena, sin que la mística y tesón de Iván alcanzara la fama de sus hermanos Hugo y Nibaldo.

Lo de Iván estaba en otra parte.
Supo desde siempre que su quehacer superior, felizmente asumido, era consagrarse a la belleza de la poesía.

Fue así que le cantó al amor de Dánerit, junto con posar su mirada inquieta y profunda en todos los ámbitos de la vida.

Iván, fuiste condecorado con una señal de sangre en el pecho, testimonio palpitante de tu paradojal corazón, tan fuerte y débil a la vez.

Te acompañó aún la fuerza del espíritu para continuar tu labor de vigía adelantado, que te encomendó Dios.

Invoco tu verso, Iván, poeta “luminoso y sencillo como un ángel”, reiterando la alabanza que surgió de la plenitud de “Maderos a la Deriva”:

Tu halo de inspirado trovador, de natural talento, abarcó desde los dulces pormenores domésticos hasta los misterios de la existencia humana, obedeciendo con lealtad a tu propio mandamiento: “A la poesía todo le concierne, nada es ajeno”.

Te conocen el viento y los bosques, los árboles, el damasco de ambarino matiz o el duro fruto del nogal.

En tus páginas se agita el océano infinito y metafísico, y fluyen los ríos caudalosos, los arrogantes canales y las humildes acequias.

Las cenizas de tu cuerpo herido serán acogidas en la azul y eterna majestad del mar, la tumba que intuyó el poeta de Altazor.

En otra vertiente, la creatividad de Iván se volcó a su pueblo natal, al escribir su memorable crónica “Buin en el Corazón”.

Si partir es morir, de algún modo, es Buin el que muere con su partida.

Pero Iván, ahora habitante de esa comarca mágica e inmortal, la patria celestial de los poetas mayores, deja vivo su corazón, “a los buinenses de ayer, a los de hoy, a los de mañana, a los de siempre”, como él lo proclamó y lo quiso.

Gracias Iván por haberme otorgado el privilegio de tu noble amistad.

Sólo nos queda pendiente la nocturna y bohemia celebración que me querías regalar, con motivo de mis “Setenta Romerías”.

La ceremonia será entonces en la dimensión de la eternidad.


Waldo Romero Gajardo.


Buin, 24 de octubre del 2010.

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